Se calza uno sus nuevas deportivas, renovando a las viejas de hace seis años con 30 euros, una camiseta de medio-marca transpirable, y unos pantalones cortos de algodón, con mallas aislantes del sudor para “los roces” protegido con unas viejas gafas de sol del viejo traje ciclista, para sortear mosquitos, y sin remilgos comienza la guerra fratricida de todos los años contra la barriga y el persistente colesterol.- Se auto convence uno mismo de que ésta vez, si habrá continuidad, sin desaliento ni abandono, con éste equipamiento es imposible no triunfar, añadiendo los veinte minutos que me ha costados vestirme y colocarme el podómetro de pulsaciones que me alertan de las subidas arrítmicas peligrosas.- Sale el ingenuo a la calle, convencido de que con ésta pinta es imposible llamar la atención entre la turbe de deportistas que en forma de enjambre se esquivan por las riberas del Ebro, entre nubes de mosquitos y manadas de patos de orilla que te miran al pasar con ojos sorpren...
Susurros al oido, desde la palabra, como arma contra el desaliento