Deambulan por las calles, con viejos abrigos agujerados y corrompidos de porquería, moho y suciedad.-Nos cruzamos con ellos, y nos acostumbramos a verlos dormir en los bancos del parque en los cajeros automáticos.-Y un reflejo protector mal entendido, hace que seamos inmunes a cualquier reacción de solidaridad y ayuda.- Nos negamos en enfrentarnos a la realidad que nos dice que detrás de ése cuerpo martillado, medio enfermo, y que camina cadencioso por delante de nosotros…tiene tras sí una vida que desconocemos y que quizás si la supiésemos no pensaríamos estar tan lejos de sus circunstancias.- Hecho ímprobo que nosotros acabemos como ellos.- O al menos esos pensamos, quizás como un sentimiento de autoprotección, eliminando cualquier atisbo de duda en nuestro fuero interno, respecto a que nosotros es imposible lleguemos a semejante desidia y fracaso personal.-
Vidas llenas de decisiones equivocadas, en algunos casos, de golpeos personales y familiares en otros.-
Entre al cajero, saqué la tarjeta y esquivé pisar al ser humano que rodeado en una manta y desde el suelo lanzó una mirada hacia mí, esperando no se qué, quizás una patada mía, un grito o un improperio por estar impidiendo que un privilegiado se dirija a ésa máquina que con un tecleo mágico, expulsa momentos de felicidad, consumo y autosatisfacción en forma de billetes de veinte y cincuenta euros.-
La insolidaridad humana de ésta sociedad, a veces hace, aunque solo sea por un minuto, que seamos capaces de sentirnos mal con nosotros mismos.- Pero sólo por un minuto.-Después descargamos cualquier atisbo de responsabilidad con la consabida excusa de que nosotros no podemos arreglarlo, y que bastante tenemos con lo nuestro.-
Pero ahí, estarán y seguirán durmiendo en los bancos, los cajeros y las aceras, finiquitando sus vidas ante la indiferencia de los ciudadanos que transitan las calles.-
Vidas llenas de decisiones equivocadas, en algunos casos, de golpeos personales y familiares en otros.-
Entre al cajero, saqué la tarjeta y esquivé pisar al ser humano que rodeado en una manta y desde el suelo lanzó una mirada hacia mí, esperando no se qué, quizás una patada mía, un grito o un improperio por estar impidiendo que un privilegiado se dirija a ésa máquina que con un tecleo mágico, expulsa momentos de felicidad, consumo y autosatisfacción en forma de billetes de veinte y cincuenta euros.-
La insolidaridad humana de ésta sociedad, a veces hace, aunque solo sea por un minuto, que seamos capaces de sentirnos mal con nosotros mismos.- Pero sólo por un minuto.-Después descargamos cualquier atisbo de responsabilidad con la consabida excusa de que nosotros no podemos arreglarlo, y que bastante tenemos con lo nuestro.-
Pero ahí, estarán y seguirán durmiendo en los bancos, los cajeros y las aceras, finiquitando sus vidas ante la indiferencia de los ciudadanos que transitan las calles.-
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